El Borne -antiguo barrio costero de Barcelona- se va despertando. Mientras Dora se despereza al ritmo de la susodicha canción, me asomo al balcón y observo como las calles se llenan de turistas, pintores y comerciantes. Respiro sol, bullicio, mar... y el gin-tonic de la noche anterior.
...y Teufelcillo hablando con los vecinos de balcón a balcón. |
Bajamos a la calle y, paseando, paseando, decidimos adentrarnos en una peluquería de toda la vida venida a más -por lo desorbitado de los precios- y dejarnos hacer el cabello. Queremos estrenar "look" veraniego mega guay para el fin de semana. Total, como en el pueblo de Alemania... del Este no podemos presumir, vamos a darlo todo en Barcelona.
Mientras recibo un masaje capilar, una especie de vibrador se desplaza en el respaldo de mi sillón. Eduardo Manotijeras trabaja animadamente el cabello de Pedro, y Teufelcillo y el Tío Gilito conversan alegremente en la denominada zona de relax: "por favor guarden silencio".
De repente, la amiga peluquera se acerca sigilosamente a mi cara y, así como si nada, me suelta: -¿quieres que te haga el unicejo? Automáticamente una retahíla de insultos se atropellaron en mi cabeza, pero me los guardé todos mientras una pasta caliente se posó sobre mi piel.
- ¡La madre del cordero! ¡Que alguien me saque de aquí!
En fin... La vitamina para el cabello (por suerte no me llamó calvo) y la de la cara me la ahorré con un rotundo NO. Para eso ya tengo la vitamina C de mi super sister que mantiene mi cutis suave como el culo de un bebé.
Con nuevo look y gafas multicolores nuevas nos adentramos en la Edad Media por las callejuelas del Borne al ritmo de BAILAMOS. Llegamos a la plaza de "La Catedral del Mar" con el sol explotando en toda su fachada (si no se han leído el libro de Ildefonso Falcones se lo lean).
Las terrazas rezuman vida. El olor de los locales de tapas empieza a despertar nuestro apetito. Decidimos hacer caso a nuestros sentidos y colarnos en el "Golfo de Bizkaia". Una tabla de quesos, unas mini hamburguesas y un exquisito salmón, acompañado todo de un txacoli vasco, hicieron las delicias de nuestras papilas gustativas.
Todos contentos -Dioniso y su poder de convicción- decidimos unirnos a la masa de turistas y poner rumbo a la playa de la Barceloneta. Constato que Dora ya no ahúma. El contacto de los pies con la arena y el agua del mar ha producido una reacción química anestésica de todos los quebraderos de cabeza y con efectos secundarios de júbilo.
A lo lejos una vela en forma de hotel, o un hotel en forma de vela, donde se dice, se cuenta que se encuentra una de las siete maravillas del mundo: Los jardines colgantes de Babilonia, bueno o algo parecido en forma de terraza de lujo para uso exclusivo de sus huéspedes.
Ese día nosotros íbamos a ser unos más de ellos, por supuesto.
Ese momento nos hacemos los "si nosotros venimos aquí todos los días". Y eso que seguíamos llevando look de turistas alemanes -ya saben, flip-flops sin cristales-. Pero me imagino que el corte de pelo recién estrenado, las gafas multicolores y la presencia escénica del gran tío Gilito ayudaron a que pasáramos desapercibidos, o percibidos como huéspedes del hotel.
Nos encontramos en el paraíso.
Observo por el espejo retrovisor que Teufelcillo y Bert, unos metros detrás de nosotros, son retenidas:
- Sí, sí... Los pases los llevan ellos.
¡Venga! ¡al rico mojito de fresas y sangría de cava!
Tumbados en la cama blanca y con el telescopio hacia la piscina me pregunto: ¿Estaré soñando?
De repente alguien me pellizca y me despierta del sueño. Mi querida Teufelcillo -más española que alemana, pero más alemana que la emperatriz de Japón- nos recuerda que tenemos entradas para visitar la Sagrada Familia y su torre de la Pasión. Vamos, que nos tenemos que ir...
La felicidad es relativa y temporal.
De camino, una mujer de Valladolid de 90 años, sentada en un banco al lado de la playa, disfruta tranquilamente del sol y de la brisa del mar.
Continuará...
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