* La guía perfecta para no entender la vida de un expatriado, pero pueden intentarlo...

sábado, 26 de abril de 2014

Semana Santa 2: El taxista andorrano

... y continuó.

Mi maleta repleta y yo llegamos a Barcelona, ciudad de muy buenos amigos y desde donde normalmente siempre salen mis vuelos de regreso a Alemania. Esa noche pernocté en casa de mi querida amiga japonesa. Sí, zurda, de piel blanca y kimono. Pasamos toda la noche comiendo sushi bien cargado de wasabi y bebiendo un muy recomendable vino blanco: Viña Esmeralda.

A la mañana siguiente, de nuevo a unas graciosas horas matutinas, abracé a mi querida y dormida amiga japonesa y conseguí arrastrar mi cuerpo hasta un taxi. Me senté y balbuceé:

- Al aeropuerto por favor.

El buen hombre me pasó el periódico del día para que me entretuviera durante el trayecto pero, claro, como este españolito no puede estar mucho rato callado -pese al "porculero" de Morfeo- se me escapó un pensamiento.

- Se terminaron ya las vacaciones. Toca volver a mi querida Alemania.

Oigan, que sin quererlo había abierto la caja de Pandora.

- Afortunado tú que puedes abandonar este país de pandereta y de borregos. Ojalá me dieran a mi la nacionalidad de Andorra. Vendía todo y mandaba a la mierda a España y a todos sus políticos. Basta ya de tanto terrateniente andaluz viviendo de los impuestos catalanes. Tanto latifundio de marqueses y duques de pacotilla. Saltas la valla de una de sus extensas fincas y seguro que, si sales vivo del empitonado de un toro, te meten en la cárcel. ¡A la mierda tanto toro y tanta flamenca! Panda de vagos e inútiles. ¡Cómo va a haber dinero para invertir en trabajo, si se lo quedan todo los políticos y los cuatro duquesitos de tres al cuarto que no dan palo al agua! Ahora, ellos seguro que no van a la cárcel. Ya podían empezar a trabajar. Yo tengo a mi mujer y mis dos hijos en paro y sin perspectiva de poder trabajar. Este país es una mierda. ¡Anda ya, tanta tontería y tanta hostia! ¡Hasta los cojones!

De un plumazo se me había ido el sueño. En mitad del desahogo, le di la razón sobre la casta política española y, valiente de mí, se me ocurrió echar un poquito más de leña al fuego.

- ¿Pero entonces usted está de acuerdo con el proceso secesionista que ha iniciado Arturo Mas?  Sí, dije Arturo.

- Pues hombre por lo menos es un proyecto ilusionante. Pero claro, cuando alguien viene con alguna buena idea que pueda alterar el control del centro y de los Borbones, ya es malo. Históricamente Cataluña siempre ha sido una tierra rica de gente emprendedora y comerciante. Pero desde la Guerra de la Independencia catalana en 1714 -Guerra de Sucesión para otras editoriales-, nos invadieron los Borbones (Felipe V) y desde entonces sólo hemos ido a peor. ¡Qué asco por favor! Ahora, eso sí, cuando juega la selección española de fútbol animo como el que más.

Este españolito mantenía la compostura, pero interiormente no podía evitar estar partiéndome de risa. En ese momento me acordé de todos ustedes, mis queridos lectores surrealistas, y eché otro tronquito a la chimenea.

- Y usted, ¿de dónde es? porque percibo cierto acento andaluz.

- Yo soy de Extremadura pero inmigré a Cataluña hace muchos años. Aquí enseguida te das cuenta de que la gente quiere trabajar y no vivir del cuento. ¡Qué asco de país! Son todos asquerosos. Los del PP, los del PSOE... y ¿la Rosa Diez ésa? ¡Qué habla ella sobre Cataluña! Que se calle la boca. Si ella es de una tierra con unos fueros especiales y no aportan nada a las arcas del estado... Pero ya te digo, a mí que me den la nacionalidad andorrana y que se vayan todos a la mierda. ¿A qué terminal del aeropuerto vas?



Por favor, ¡qué momentazo!. No quería llegar al aeropuerto. ¿Ahora entienden por qué la nostalgia del expatriado dura muy poco?

- Pues nada, parece que no he necesitado leerme el periódico del día. 

El taxista andorrano me despidió pidiéndome disculpas por si en algún momento había dañado mi sensibilidad y yo me apeé del taxi pensando:

- No tranquilo, si tan pronto llegue a mi pueblecito de residencia en Alemania... del Este voy a plantar la bandera de España en el jardín. ¡Vivan las panderetas y las flamencas!

Pero el izado de banderas, acordado con mi vecino meses atrás ante la inminente llegada del mundial de fútbol, tuvo que esperar. Todavía quedaba por vivir una tercera etapa de mis inolvidables vacaciones de Semana Santa.

Volaba al norte de Alemania, al Ostsee, para celebrar el cincuenta cumpleaños de mi querida Königin von Oben (mi vecina de arriba).

Próximo destino: Malchin y su castillo fantasma.


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