* La guía perfecta para no entender la vida de un expatriado, pero pueden intentarlo...

domingo, 19 de julio de 2015

La torre de Babel

Si la torre de Babel la hubieran construido unos niños, otro gallo habría cantado... y a lo mejor hasta se hubieran presentado los niños y el gallo cantando villancicos en las puertas de San Pedro.

Antes de adentrarme en la historia de Babel, una vez más me gustaría pedirles disculpas a todos ustedes, mis queridos lectores surrealistas, por mi tardanza en actualizar el blog. La intensidad y locura de mi vida ha conseguido apagar por unas semanas la chispa escritora. Pero vamos, que con unas cerillas y unas uvas la he conseguido reactivar. La vida, eso sí, sigue igual de loca, loca, loca...

Venga, adentrémonos en Babel, bueno más bien en la antigua Babilonia (en Irak, al ladito de la actual Bagdad). Nos remontamos al mes de Junio del año dos mil quince después de Cristo. Menudo viaje en el tiempo, ¿eh? Joer, cómo me vengo arriba, mejor quedémonos en el pueblucho de siempre, ése perdido en algún lugar de Alemania... del Este y dentro de un rato lo entenderán todo.

En esta ocasión les puedo asegurar que el pueblo/pueblucho/pueblo está especialmente engalanado para la ocasión. Los balcones resplandecen, los jardines florecen y el césped presume de corte de pelo (y mi esfuerzo me ha costado). Sólo falta una alfombra roja. De repente, a lo lejos se aproxima un coche con matrícula española. Noto cierto cosquilleo en las falanges de los dedos del pie. El coche aparca enfrente de mi villa y de él desciende... ¡mi sister! Automáticamente se produce un achuchamiento corporal, mofletes faciales extra estirados incluidos. El achuchamiento se prolonga a mis queridos potrillos salvajes y a mi cuñado que sufren un gélido golpe térmico muy propio del lugar.

Como fiesta de bienvenida, no se lo pierdan, había organizado una típica barbacoa alemana llena de productos de la región: Thüringen Bratwurst (salchichas); Rostbrätel (filete de cerdo marinado) y Hänchen (pollo). Como complemento, miles de ensaladas de lo más variopintas, obra y gracia de los vecinos que, por supuesto, estaban todos invitados.


Sister y cuñado flanqueados por mis queridos abuelillos.
Me dispongo a encender el fuego. No hay manera. Venga echar carboncillos y líquido flameante. Papel, más flameo, más papel... ¡Esto no se enciende!¡Mierda de carboncillos! Al mismo tiempo mi "sister", todo genio y figura, empieza a mostrar una sorprendente timidez motivada por su desconocimiento del idioma de Goethe y de Shakespeare, lo cual desencadena una dependencia fraternal de segundo grado.

- Tú coge una botella de vino, empieza a llenar copas y a brindar con todos. Ya verás como en breve os entendéis todos a las mil maravillas. Le acaricio y le regalo una sonrisa tranquilizadora algo estresada (el fuego no tiraba).

Protegiendo mi retarguardia, mis queridos potrillos empiezan a mostrar las primeras señales de emancipación y parecen estar dispuestas a jugar con las hijas de mis vecinos:

- Tío, ¿les puedes preguntar si puedo jugar con ellas? 
- Claro, pero tú ponte a jugar con ellas y ya está.
- ¿Y cómo juego? Entre no brasas y no brasas pregunto a las hijas de mis vecinos:
- ¿A qué estáis jugando?
- A "lieb oder böse". Tienen que elegir si ser "lieb" (bueno) o "böse" (malo).

Una de mis sobrinas, con su preciosa cara de "lieb" decide ser "böse" sin tener ni idea, claro está, de lo que está diciendo. Al momento se ponen a correr unos detrás de otros y todos tan contentos. Recupero mi atención en las no brasas. Mi cuñado me ayuda en esta infructuosa tarea abanicando los carboncillos con un cartón. Tras muchos intentos fallidos llega mi querida "Königin von oben" (la vecina de arriba) y, secador de pelo en mano, da el impulso definitivo: ¡habemus brasas!

La barbacoa fue técnicamente un éxito. Mi carnicería favorita de la calle del pueblo tiene un producto exquisito y la verdad es que todo el mundo quedó contento y saciado, pero sinceramente lo que más me sorprendió fue ver a un grupo de niños y niñas -potrillos salvajes incluidos- corriendo, cantando y jugando por el jardín. Lo flipé en casi todos los colores y no sé si fue el vino o el qué, pero me los imaginé a todos construyendo la torre de Babel.

Al momento me desperté de mis imaginaciones. Algún vecino requería de mi traducción para poder avanzar en su conversación. Ahí seguían todos regalándose buenas intenciones para conseguir comunicarse. Dos mundos totalmente distintos -y el idioma es lo de menos- sentados alrededor de un mismo fuego.

No salgo de mi asombro. Mi familia ha desembarcado en el famoso pueblo perdido en Alemania... del Este.

Soy feliz.


Mis queridos potrillos trotando por la pradera.