* La guía perfecta para no entender la vida de un expatriado, pero pueden intentarlo...

lunes, 29 de diciembre de 2014

Navidad: Soy de Aragón

¡Feliz Navidad!

Vamos, que espero que hayan pasado todos ustedes, mis queridos lectores surrealistas, una muy feliz Navidad. Como dice nuestro sabio y querido refranero popular español: nunca es tarde si la dicha es buena.

Y es que esta misma dicha ya la quise escribir hace unas semanas -de hecho tenía media entrada escrita-, pero tras unas últimas semanas de locura de repente me vi sentado en un avión dirección a mi querida "Spain-twelve points" e inmerso en mi propia Navidad. El pergamino con la media entrada ha ido a la papelera.

Pues sí, me dejé engullir por mi propia Navidad. Oigan, que de golpe y porrazo se me habían olvidado todos mis desamores. La terapia de olvido -Dora es una especialista- comenzó nada más bajar del avión y ver al gran Tío Gilito (y digo gran porque es muy grande). Apareció en escena con su espléndido coche nuevo, repleto de historietas y croquetas para amenizar el trayecto. A mitad de camino paramos a comer las susodichas y a comprar un número de la tradicional lotería de Navidad. Dijimos, si toda España tiene un número, nosotros también:

- El gordo va a acabar este año en 37. 
- Pues el 37 es mi número favorito. 
- Venga va, vamos a parar en esta gasolinera que este año nos toca a nosotros.

Y el gordo terminó en 37. ¡Qué tío!  Ni mi querida Lola es tan precisa...

Total, que llegamos a Zaragoza y empezó el tradicional festival de reencuentros y abrazos, más revitalizantes éstos que las poderosas cremas faciales -adiós arrugas- de mi querida sister.


Esa misma noche celebrábamos en Casa Lac (muy recomendable) la tradicional cena de Navidad Erasmus con el tío Gilito y resto de amigos. Les confesaré que el año Erasmus 1997/98 cambió la vida de este españolito. Fue como el embrión de mi actual expatriación. Diecisiete años después ahí estábamos todos de nuevo, sin arrugas, sin una cana de más, sin un pelo de menos y con algún que otro hijo de más... o de menos.

Durante la cena no pudimos evitar hablar, faltaría más, con los de la mesa de al lado. El poder desinhibidor de Dioniso. Y una vez cebados y conversados todos, nos fuimos a tomar una copa a El Plata: bar teatrillo cabaret de toda la vida. Yo notaba que mi cara de amargado estresado con la que montaba en el avión unas horas antes había desaparecido casi por completo.

Tras negociar un precio estándar igual para todo el mundo de diez euros, entramos y nos colocaron en la última fila. Vamos, dijeron, a éstos por pesados al final. Que comience el espectáculo:

Bailarines y bailarinas de todos los tamaños, edades y colores empezaron a contonearse algo ligeros de ropa, por decirlo de alguna manera, al ritmo de la música. Y entre tanto derroche de sutileza hubo una actuación que captó mi atención.

Una chica bastante curtida intentaba beber, creo que era leche con hielitos, mientras hacía estiramientos sobre la barra del bar y, claro, la leche se deslizaba así como quien no quiere la cosa sobre las ondulaciones de su cuerpo desnudo. Enfrente del despilfarro lácteo, un baturro cantaba una jota: soy de Aragón (y en mi tierra no se sabe de mentiras ni traición).

Pensé: - Yo también, pero vivo en un pueblecito de Alemania... del Este.

Surrealismo puro y duro. Pero oigan, que se me puso la carne de gallina a punto de poner huevos. Me he vuelto de un susceptible..., porque el cuadro digamos que fue de todo menos nostálgico. En fin...

El día después me quedé "frozen".

Continuará.


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